Escritor: Igor Rodtem
Portada: Ovidio Miguel Maestro
Fecha de publicación: Noviembre de 2005
Bruce Wayne realiza una visita rutinaria a unos laboratorios de sus empresas, para comprobar el estado de los diferentes proyectos en marcha. En uno de ellos, se encuentra con los doctores Markheim y Wilkes, responsables de un estudio relacionado con la licantropía, lo cual llama la atención del millonario. Al parecer, los doctores habían dado con un virus que afectaba a los perros, causándoles graves alteraciones genéticas que hacían que se transformasen, de forma temporal, en unos animales feroces, más cercanos a los lobos que a los perros. Por lo visto, estas alteraciones iban en función de las fases lunares, siendo más notables las noches de luna llena, lo que había llevado a los doctores a investigar su posible efecto sobre los humanos, intuyendo una posible relación con el fenómeno de los hombre-lobo, la licantropía.
El doctor Wilkes explica a Wayne, con pelos y señales, el estado actual de la investigación, destacando el hallazgo de una variante del virus que, en teoría, afectaría a los humanos, convirtiéndoles en auténticos hombres-lobo. Sin duda, se trataría de un hallazgo increíble, pero Wayne se muestra receloso, pues únicamente prevé aplicaciones negativas del hallazgo. El doctor Markheim se muestra irascible con esos comentarios, argumentando que no sólo es un gran hallazgo científico, sino que puede suponer un gran avance en el mundo de la medicina. Wayne y Markheim acaban discutiendo, pero el doctor Wilkes consigue relajarlos finalmente. Wayne les permite continuar con su trabajo, pero no oculta sus reticencias, y les advierte que ha de pensar más detenidamente en todo aquello. También les pide datos de los virus y de la investigación, con la intención de analizarlos posteriormente, ya como Batman, en la Batcueva.
Más tarde. Bruce Wayne, enfundado en su traje de Batman, aunque liberado de la capucha y la capa, se encuentra en la Batcueva, analizando en el ordenador los extraños datos aportados por los doctores Wilkes y Markheim, sobre su estudio acerca de un posible virus causante de la licantropía. No exageraban en sus afirmaciones, todo parecía confirmarlo. Por suerte, dicho virus era muy inestable, lo que hacía que no fuera muy contagioso.
—Señor Bruce, aquí tiene la cena –Alfred entra en la Batcueva, portando una bandeja con unos alimentos,– libre de virus, claro.
—Esto es serio, Alfred...
—¿Y qué no lo es, cuando Batman anda por medio?
—Lo siento, Alfred, pero hoy no cenaré –Batman comienza a colocarse la capa y la capucha.– Ya he perdido mucho tiempo con esto, y ahí fuera hay criminales esperándome.
—Criminales con el estómago lleno... –replica Alfred.
Pero Batman no le responde ya, pues se dispone a partir hacia Gotham en el batmovil.
En un callejón cercano a los laboratorios de Industrias Wayne, se ve una sombra que avanza con rapidez. Se oye un gruñido. Un mendigo, que buscaba un lugar donde pasar la noche, agarra con fuerza una botella medio vacía. ¿Quién anda ahí?, grita, y como respuesta sólo recibe otro gruñido. De repente, escucha unos frenéticos pasos que se acercan hacia él, y el gruñido, que aumenta de intensidad, le provoca un escalofrío de terror, erizándole el vello de la nuca. Una enorme masa de carne y pelo se le abalanza, derribándole, y propinándole un feroz mordisco en el cuello. Un perro, piensa el mendigo, mientras nota cómo pierde las pocas fuerzas que tenía. El animal comienza a morderle salvajemente, pero el mendigo, incapaz de mover un solo músculo, ya no lo siente, pues poco a poco se le va escapando la vida. Antes de morir, otro pensamiento le viene a la cabeza: Un perro, no. Es un lobo...
Cerca de allí, en el laboratorio, una sombra se mueve torpemente entre la penumbra. Se sujeta la cabeza mientras murmura unas palabras, entre sollozos. Dios mío, qué he hecho...
El doctor Wilkes explica a Wayne, con pelos y señales, el estado actual de la investigación, destacando el hallazgo de una variante del virus que, en teoría, afectaría a los humanos, convirtiéndoles en auténticos hombres-lobo. Sin duda, se trataría de un hallazgo increíble, pero Wayne se muestra receloso, pues únicamente prevé aplicaciones negativas del hallazgo. El doctor Markheim se muestra irascible con esos comentarios, argumentando que no sólo es un gran hallazgo científico, sino que puede suponer un gran avance en el mundo de la medicina. Wayne y Markheim acaban discutiendo, pero el doctor Wilkes consigue relajarlos finalmente. Wayne les permite continuar con su trabajo, pero no oculta sus reticencias, y les advierte que ha de pensar más detenidamente en todo aquello. También les pide datos de los virus y de la investigación, con la intención de analizarlos posteriormente, ya como Batman, en la Batcueva.
Más tarde. Bruce Wayne, enfundado en su traje de Batman, aunque liberado de la capucha y la capa, se encuentra en la Batcueva, analizando en el ordenador los extraños datos aportados por los doctores Wilkes y Markheim, sobre su estudio acerca de un posible virus causante de la licantropía. No exageraban en sus afirmaciones, todo parecía confirmarlo. Por suerte, dicho virus era muy inestable, lo que hacía que no fuera muy contagioso.
—Señor Bruce, aquí tiene la cena –Alfred entra en la Batcueva, portando una bandeja con unos alimentos,– libre de virus, claro.
—Esto es serio, Alfred...
—¿Y qué no lo es, cuando Batman anda por medio?
—Lo siento, Alfred, pero hoy no cenaré –Batman comienza a colocarse la capa y la capucha.– Ya he perdido mucho tiempo con esto, y ahí fuera hay criminales esperándome.
—Criminales con el estómago lleno... –replica Alfred.
Pero Batman no le responde ya, pues se dispone a partir hacia Gotham en el batmovil.
En un callejón cercano a los laboratorios de Industrias Wayne, se ve una sombra que avanza con rapidez. Se oye un gruñido. Un mendigo, que buscaba un lugar donde pasar la noche, agarra con fuerza una botella medio vacía. ¿Quién anda ahí?, grita, y como respuesta sólo recibe otro gruñido. De repente, escucha unos frenéticos pasos que se acercan hacia él, y el gruñido, que aumenta de intensidad, le provoca un escalofrío de terror, erizándole el vello de la nuca. Una enorme masa de carne y pelo se le abalanza, derribándole, y propinándole un feroz mordisco en el cuello. Un perro, piensa el mendigo, mientras nota cómo pierde las pocas fuerzas que tenía. El animal comienza a morderle salvajemente, pero el mendigo, incapaz de mover un solo músculo, ya no lo siente, pues poco a poco se le va escapando la vida. Antes de morir, otro pensamiento le viene a la cabeza: Un perro, no. Es un lobo...
Cerca de allí, en el laboratorio, una sombra se mueve torpemente entre la penumbra. Se sujeta la cabeza mientras murmura unas palabras, entre sollozos. Dios mío, qué he hecho...
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